La primera vez que fui a Hakone fue un día de lluvia y no vi el Monte Fuji sobre el lago Ashi.
Hace nueve años, fui a Hakone otra vez aprovechando la visita de mis padres. Reservé un ryokan tres noches. «Si estamos tres días seguro que lo veremos asomarse» le dije a mi madre paseando por la orilla del lago la primera noche.
Cada mañana, la ilusión de poder verlo, me despertaba antes que a mis padres. Con legañas en los ojos, salía vestido con yukata al jardín del ryokan a comprobar si habría suerte o no. Pero una neblina eterna, que parecía salida de una novela de Oscar Wilde cubría con su velo el Monte Fuji y todas las demás montañas y bosques que nos rodeaban.
Nos fuimos de Hakone sin verlo.
Con el tiempo he aprendido que el Monte Fuji se deja ver cuando menos lo esperas, a veces es tímido y otras veces es un descarado. Hay meses de invierno que su pico nevado me da los buenos días cada mañana cuando abro la ventana junto a mi escritorio. En verano me abandona, escondiéndose en el horizonte calimoso de Tokio y dejándose ver tan solo los días después de que una tormenta veraniega o un tifón haya limpiado el cielo.
Hace unas semanas fui por tercera vez a Hakone. Esta vez mis expectativas eran mínimas. Nada más bajarme del autobús, todavía somnoliento y medio mareado después de media hora de curvas de carretera de montaña, entré en una tienda 24 horas a comprarme un café sin siquiera mirar hacia el lago.
«Mira papá, se ve el Monte Fuji» dijo un niño mirando por la ventana de la tienda 24 horas. Me giré hacia la ventana mientras esperaba a que la máquina de café terminara, y allí estaba él, observándome las espaldas sin decir nada.
Me senté a beber el café al borde del lago Ashi, me acompañaban a varios pescadores que dejaron la caña a un lado y la sustituyeron por el smartphone con el que sacaron todas las fotos que pudieron porque sabían que el espectáculo no duraría. Enseguida llegaron las nubes, que comenzaron abrazando al Monte Fuji por abajo dejando la cima flotando en el cielo. En cuestión de minutos terminaron por cubrirlo entero llevándoselo a otra dimensión.
Hola a todos,
¡Qué fotos más buenas! Este post me ha traído recuerdos de mi viaje a Japón este año. Al ser Hakone un destino tan turístico, mis expectativas eran bajas, más teniendo en cuenta que por culpa de los temblores/erupciones en el monte Owakudani (aún siguen) el teleférico estaba cerrado. Pero es un lugar fantástico, si vas un día entre semana puedes encontrar momentos tranquilos para disfrutar del fantástico entorno, el templo y el torii son fantásticos. Recomiendo el viejo camino de Tokaido para sentirse en plena época feudal: la senda termina en Amazake Chaya, una tetería de más de 300 años donde la gentileza de la dueña casi nos hizo llorar, en serio.
Me acuerdo también de un mirador en un parque entre Moto-Hakone y Hakone-machi y ver en las indicaciones dónde debería estar el Fujisan. Al percatarse de mí, un anciano me señaló el lugar exacto y le dije «Sannen desu!». Él parecía dar por hecho que no verlo es lo normal. Poder echarle un ojo al Fujisan desde Hakone parece ser un privilegio que sólo unos pocos tienen la suerte de contemplar. ¡A la tercera fue la vencida, Kirai, enhorabuena! Ojalá pueda regresar a Hakone otras dos veces para verlo, lo firmaba ahora mismo.
MOOOLAA!!!!
Por cierto, se dice: Zannen desu! Jeje, se me ha pirado.
Me encantan las fotos!!
¡Hakone es una belleza! Me decidí a ir ahí al leer tu libro. ¡Muchas gracias!