Kouyou (紅葉 こうよう) se puede traducir como «el color de las hojas del otoño». Durante los meses de octubre y noviembre, los tonos verdes de los bosques japoneses se transforman en amarillos, naranjas y bermellones hasta que llega la nieve para cubrir las montañas de blanco. Los ginkgos aportan el amarillo y los momiji y kaede (Arces) el resto de la paleta de colores del otoño japonés.
Es un motivo de celebración, muchos lugares que pasan desapercibidos durante el resto del año atraen a visitantes atraídos por las tonalidades del kouyou. Este es un listado de los mejores lugares para ver kouyou según Nihon Kankou:
1.- Las cascadas de Ryūzu en Nikko (Este es el lugar exacto en Google Maps)
5.- El templo de Kiyomizu en Kioto (Este es el lugar exacto en Google Maps)
6.- Oirasekeiryu en Aomori, ¡Este me lo apunto, nunca he estado! (Este es el lugar exacto en Google Maps )
7.- Metasequoia Namiki en Shiga (Este es el lugar exacto en Google Maps
8.- Las montañas de Hakkoda en Aomori (Este es el lugar exacto en Google Maps )
Si queréis disfrutarlo sin alejaros de Tokio, el Monte Takao es precioso en otoño y también los jardines de Rikugi-en que son de muy fácil acceso desde la estación de Komagome.
Si solo visitas las megaciudades de Tokio, Yokohama, Osaka, Kioto y Hiroshima tu visión del país queda reducida al Japón urbano. Cuando en realidad, cerca del 90% del territorio japonés es naturaleza. Montañas cubiertas por vegetación son el paisaje más habitual de Japón.
En el año 1964, un montañero llamado Kyuka Fukada publicó un libro con el título “Las 100 montañas más impresionantes de Japón”. El libro se hizo famoso cuando Naruhito, el príncipie heredero, lo compró y lo utilizó para “escaparse” de su Palacio Imperial e irse a subir montañas. Uno de los sueños del príncipe es culminar la cima de las 100 montañas listadas en el libro. El libro de las 100 montañas es una de las referencias más utilizadas por los aficionados al montañismo en Japón.
Las montañas son el elemento orográfico más típico de Japón. La mayoría de ellas se ven verdes cubiertas por bosques, otras muchas, al ser volcánicas tienen un aspecto más rocoso e inóspito. El cambio de las estaciones también hace que el paisaje transmute y parezca que estás en un lugar totalmente diferente. Por ejemplo, si visitáis Nikko al norte de Tokio en verano el paisaje no tendrá nada que ver con el Nikko que podríais ver en otoño, en la época del kouyou (“el cambio de color de las hojas”) en el que todo se tiñe de naranjas y marrones anunciando la llegada del frio.
Otra de las cosas que me fascina de caminar por la naturaleza japonesa es encontrarme con santuarios sintoístas cuando menos te lo esperas. Algunos, como los del Monte Takao o el Monte Tsukuba son grandes y se entremezclan con el verde de los bosques. Otros santuarios son diminutos y te los puedes encontrar escondidos detrás de un árbol o como por ejemplo este que nos vimos la semana pasada, ¿Lo encontráis en la foto?
Añadir un toque de verde a vuestro viaje es fácil, hay rutas de senderismo en prácticamente cualquier lugar al que vayáis. Y las hay de casi todos los niveles, si no tenéis experiencia subiendo montañas mejor elegid solo las fáciles, en Japón hay montañas realmente peligrosas en las que no es recomendable meterse sin experiencia y sin un buen plan de ruta.
A continuación algunas sugerencias:
Rutas fáciles (Poco desnivel y menos de tres horas de subida):
Monte Takao: esta es la ruta más popular cercana al centro de Tokio. Su popularidad se debe a que está a tan solo una hora en tren desde Shinjuku. Últimamente está muy masificado, se montan colas en la cima, es mejor si podéis ir entre semana. este blogpost tenéis más detalles de la ruta de Takao
Monte Tsukuba: está algo más lejos del centro de Tokio pero también es de fácil acceso y la subida es muy ligera y agradable. Más detalles sobre el Monte Tsukuba en este blogpost.
Los santuarios del Monte Tsukuba son preciosos.
El monte Misen en Miyajima: si tenéis tiempo de sobra al visitar Miyajima desde la cima del Monte Misen podréis disfrutar de unas vistas impresionantes al mar y a la ciudad de Hiroshima.
Kamakura: esta ruta es tan fácil que es ideal para hacerla si viajáis con niños: Ruta del daibutsu.
Rutas de nivel medio:
Mitake: también está cerca de Tokio pero es algo más difícil que Takao o Tsukuba. Requiere salir bastante pronto de casa para que no se haga de noche antes de bajar. Más detalles de Mitake en este blog post.
Ooyama: solo hacer cima en Ooyama no es difícil pero si se sigue la ruta por las montañas de Tanzawa puede convertirse en una excursión de varios días. Más detalles de Ooyama en este blogpost
Monte Fuji: solo se puede subir en Julio y Agosto, el resto del año lo cierran. La subida son unas ocho horas a ritmo lento. Más detalles en: subida al Monte Fuji
También los que vivimos aquí, al estar rodeados por bosques de cemento y movernos en tren de aquí allá, nos olvidamos de lo bella que es la naturaleza de Japón si te apartas de las ciudades. La semana pasada decidimos escapar a las montañas y así es como lo vivimos:
Shimokitazawa 下北沢, es un barrio poco turístico, pero con mucho encanto. No hay nada en concreto que ver, no hay ningún templo famoso ni tampoco atracciones turísticas dignas de mención. Es un barrio para flâneurs, para perderse, para explorar y para tomar un café. Está poblado por tiendecillas de ropa, muchas de ellas de segunda mano, salas de teatro y de conciertos, tiendas de vinilos, y cafeterías que no se atiborran de gente como en otros lugares de Tokio.
Se respira un aire muy diferente al de Shibuya que está a tan solo cinco minutos en tren, es todo mucho más tranquilo y pausado. Shimokitazawa está poblada por artistas, músicos y sobre todo juventud que no se siente identificada con los ideales de las modas de Harajuku o Shibuya.
La estación de tren de Shimokitazawa se inauguró en el año 1927 y el comercio comenzó a bullir a sus alrededores. Antes del 1927 era un barrio de granjeros y agricultores que llevaba allí desde la era Edo, los mapas de la época indican que era una zona de campos de arroz y poco más.
Shimokitazawa sobrevivió milagrosamente a los bombardeos que destruyeron prácticamente todo Tokio, esto permitió que surgiera un «mercado negro» donde los tokiotas iban desde otras zonas devastadas a comprar arroz. Hoy en día todavía se pueden visitar algunas tiendas en los callejones del antiguo mercado negro en la salida norte de la estación, pero con las últimas reformas de la estación seguramente desaparezcan.
Las calles estrechas, enrevesadas y de difícil acceso para vehículos ha hecho que en Shimokitazawa sobrevivan muchos pequeños negocios y todavía no haya sido invadida por centros comerciales como Shinjuku o Shibuya.
Cómo llegar a Shimokitazawa: con la línea Inokashira desde la estación de Shibuya. Con la línea Odakyu desde Shinjuku.
La primera vez que fui a Hakone fue un día de lluvia y no vi el Monte Fuji sobre el lago Ashi.
Hace nueve años, fui a Hakone otra vez aprovechando la visita de mis padres. Reservé un ryokan tres noches. «Si estamos tres días seguro que lo veremos asomarse» le dije a mi madre paseando por la orilla del lago la primera noche.
Cada mañana, la ilusión de poder verlo, me despertaba antes que a mis padres. Con legañas en los ojos, salía vestido con yukata al jardín del ryokan a comprobar si habría suerte o no. Pero una neblina eterna, que parecía salida de una novela de Oscar Wilde cubría con su velo el Monte Fuji y todas las demás montañas y bosques que nos rodeaban.
Nos fuimos de Hakone sin verlo.
Con el tiempo he aprendido que el Monte Fuji se deja ver cuando menos lo esperas, a veces es tímido y otras veces es un descarado. Hay meses de invierno que su pico nevado me da los buenos días cada mañana cuando abro la ventana junto a mi escritorio. En verano me abandona, escondiéndose en el horizonte calimoso de Tokio y dejándose ver tan solo los días después de que una tormenta veraniega o un tifón haya limpiado el cielo.
Hace unas semanas fui por tercera vez a Hakone. Esta vez mis expectativas eran mínimas. Nada más bajarme del autobús, todavía somnoliento y medio mareado después de media hora de curvas de carretera de montaña, entré en una tienda 24 horas a comprarme un café sin siquiera mirar hacia el lago.
«Mira papá, se ve el Monte Fuji» dijo un niño mirando por la ventana de la tienda 24 horas. Me giré hacia la ventana mientras esperaba a que la máquina de café terminara, y allí estaba él, observándome las espaldas sin decir nada.
Me senté a beber el café al borde del lago Ashi, me acompañaban a varios pescadores que dejaron la caña a un lado y la sustituyeron por el smartphone con el que sacaron todas las fotos que pudieron porque sabían que el espectáculo no duraría. Enseguida llegaron las nubes, que comenzaron abrazando al Monte Fuji por abajo dejando la cima flotando en el cielo. En cuestión de minutos terminaron por cubrirlo entero llevándoselo a otra dimensión.
Cuenta la leyenda que el cruel dragón de las nueve cabezas Kuzuryu 九頭龍 llegó a Hakone y se asentó a vivir en las aguas del lago Ashi. Una vez al año, obligaba a los habitantes de los poblados de alrededor del lago a ofrecer una de sus mujeres como sacrificio.
Para satisfacer al dragón, decidieron echar a suerte la elección de la mujer a sacrificar lanzando una flecha con plumas de color blanco al aire y viendo en qué casa aterrizaba. La familia propietaria de la casa en la que caía la flecha tenía que ofrecer a una de sus hijas al dragón Kuzuryu.
Vivieron atemorizados hasta que les visitó un monje llamado Mankan. El monje se enfrentó al dragón de las nueve cabezas usando una maldición que lo encadenó para siempre a una roca del fondo del lago.
El lago Ashi en Hakone.
El monje construyó un santuario dedicado al dragón Kuzuryu. Desde entonces, el dragón se ha convertido en una especie de protector del lago Ashi, y en vez de sacrificios humanos se contenta con que los visitantes al santuario le den arroz con alubias.
El 31 de Julio de cada año se celebra un festival en el que los locales navegan con sus barcas hasta el centro del lago Ashi y tiran arroz con alubias al agua.
En el parque de Ueno sobre la cima de una loma, bajo la sombra de los árboles yeyakis y enokis, se esconde la cara del que fue el Buda de Ueno antes que fuera destruido por el gran terremoto de Kanto de 1923. La estatua de bronce del Buda medía más de tres metros de altura y vigilaba desde lo alto del parque todo el recinto del templo Kanei-ji.
Cuando llegó la guerra, en vez de reconstruir la estatua, el gobierno ordenó fundir el metal de para producir armamento. Usaron el cuerpo del Buda, un símbolo de la armonía de la vida y la paz, para producir armas para matar. Supongo que es una de esas ironías de un país que dice abogar por la paz.
Lo único que dejaron sin aprovechar fue la cara del Buda, que se puede visitar aquí.
Más que la cara del Buda lo que más me atrajo del lugar fue esta puerta negra con un símbolo de dharma
Este es el aspecto que tenía el Buda con el cuerpo entero