Era una mañana de un domingo cualquiera de otoño, sin ningún compromiso durante el resto del día. Cielo azul y raso, el graznido de los cuervos volando hacia el parque de Yoyogi, el motor de algún helicóptero yendo hacia los helipuertos de los rascacielos de Shinjuku, el zumbido lejano de los trenes de Odakyu entrando y saliendo de Shinjuku, ni frío ni calor. Era un día ideal para salir de casa después de más de una semana de tifón. Consulté kakaku.com para ver cual es la tienda donde venden la Nikon D90 más barata de Japón, resulta que estaba cerca de Ueno un poco lejos de mi casa, así que intenté probar suerte primero dándome un paseo hasta Shinjuku y preguntar en mis tiendas habituales.
En Shinjuku entré en dos tiendas donde es normal regatear. En la primera tienda, que es un edificio entero lleno de cámaras, les dije que había mirado en kakaku.com y salía por 200 euros menos (Era verdad). El tendero me miró con cara de sorpresa al ver que un extranjero le estaba intentando regatear y además sabía el precio más barato de kakaku.com. Aún así no dudó al responderme diciendo que como era un nuevo lanzamiento no me podía hacer ningún descuento. En la segunda tienda utilicé la misma estrategia, esta vez fueron más simpáticos pero solo me rebajaron 50 euros. Al ver como estaba el tema decidí subirme a la Yamanote, ir hasta Ueno y buscar el sitio donde venden la Nikon D90 más barata de Japón.
Después de 20 minutos caminando desde la estación, por callejones cutres entre vías de tren y el río Sumida, encontré una pequeña tienda que no tenía ni siquiera escaparate. Todo lo que se veía desde fuera eran cajas de cartón. Entré, un perro simpático salió de entre los montones de cajas, se acercó correteando y empezó a lamerme los zapatos. Al cabo de medio minuto un hombre llegó desde una sala contigua, dejé de hacerle caso al perro y le pregunté si tenía la Nikon D90. Me dijo que sí que la vendía al precio que estaba en Kakaku.com pero que ahora mismo ¡no la tenía en stock! Me dijo que podía reservarla pero que tardaría al menos 10 días. Le dije amable mente que no gracias, me despedí del perro y marché con cara de decepción caminando hacia Akihabara, la meca de los otakus-frikis-geeks de todo el mundo.
Al cabo de 20 minutos llegué a Akihabara sin saber realmente por donde empezar, en Akihabara no hay muchos sitios especializados en fotografía. Entré en Softmap y Yodobashi Camera a preguntar por curiosidad, pero aún teniendo en cuenta los puntos salía 200 euros más caro que en la tienda del perro que había visitado un rato antes. Me aburrí de vagar por Akihabara cuando de repente se me ocurrió que podría llamar a Matsumoto-san. Un colega que se las sabe todas sobre Akihabara. Me dio instrucciones para llegar a un sitio donde según él es todo baratísimo.
En un momento llegué a un antro que no parecía una tienda. Era más como una sala de control sacada de Matrix y Blade Runner, llena de cables, transistores, basura, condensares, circuitos, leds y todo trasto inútil que os podáis imaginar. Es difícil describirlo con palabras, así que os pongo un par de fotos.
No había nadie sentado en esa silla, pero al cabo de unos segundos apareció el tendero. En ese momento me sentí como si fuera Rick Deckard preguntando en los callejones de Los Angeles en el 2019 buscando pistas para encontrar a Roy Batty. Le pregunté por la D90, el hombre me miró con cara de póquer, sin decir nada sacó un papel que tenía escondido debajo del ordenador y escribió un número de teléfono en el papel. Me dijo que llamara a ese número. Salí a la calle, busqué un lugar tranquilo y llamé. Me contestó una voz bastante más simpática que la del hombre de la «tienda». Me dijo que en treinta minutos podían traerme una D90 desde el almacén a la «tienda» (La de las fotos). Además me dijo que me iba a salir 50 euros más barata que el precio más barato en kakaku.com, ¡maravilloso! Le dí mis datos personales y me fui a dar una vuelta.
A la media hora volví al antro de los cables y la silla al fondo. Esta vez sí que estaba el tendero sentado en la silla, comiendo ramen y viendo una película de anime en la pantalla de arriba (Ver la segunda foto). Miraba la pantalla y comía sin parar somo si le fuera la vida en ello, pero sintió mi presencia y dejó de sorber los fideos del ramen. Me pidió perdón por haberme hecho esperar, sacó la caja con la D90 de debajo de la mesa, me puso el cuño de la garantía, le pagué 84.500 yenes y misión cumplida. Volví a casa sacando fotos con mi nueva cámara y desde entonces, cada vez que he salido de casa la llevo encima y me acuerdo de mi aventura por los callejones de Tokyo en el 2008.
Epílogo: al cabo de una semana volví al antro donde había comprado la D90. El hombre seguía comiendo ramen y viendo anime, se prestó voluntario a que le hiciera un test Voight-Kampff. No lo pasó, lo tuve que retirar.