Se esconde el Monte Fuji y volvemos al coche a seguir bordeando el lago en busca de lugares abandonados (haikyo). Paramos junto a la carretera en el siguiente edificio que indicaba el mapa. Esta vez sí que es un edificio abandonado y parece tener fácil acceso a su interior, se ven algunas puertas abiertas desde fuera. Pero nada más salir del coche, vemos que en la primera planta se ven unas flores muy bien cuidadas cerca de un portal.
Nos acercamos y de repente sale una abuelita caminando desde el portal de las flores. Nos damos cuenta de que esta mujer vive en el edificio abandonado. Nos saluda con una sonrisa de desconfianza. Comenta el buen tiempo que hace hoy, asentimos diciendo que se está más fresquito que en Tokio junto a los lagos y sin más mediar nos dice que no podemos aparcar junto al edificio. Nos está echando de allí.
Cuando nos disponemos a subir al coche, un hombre con unas gafas de pasta enormes y con una placa con su nombre colgando de uno de los bolsillos del traje, aparece detrás de la vieja. Ella nos sigue hablando sin parar, esta vez diserta con orgullo sobre el árbol que da sombra al descampado que hemos elegido como aparcamiento. El hombre de las gafas parece que ha salido del mismo portal de las flores. A mi me da mala espina, ¡ahora nos va a tocas hablar con él!, y al contrario que la señora, no parece ser que sea una persona que sonría por compromiso, de hecho tiene cara de que lleva meses sin reírse.
Afortunadamente, el hombre ni siquiera nos mira, no nos dirige la palabra, es como si no existiéramos para él. Con las manos cruzadas por la espalda, ligeramente encorvado, lleva un cigarro atrapado entre sus labios que ya casi es colilla. El hombre pasa de largo, camina lento pero sin pausa. La señora nos sigue hablando sobre el árbol, sigue sonriendo, pero cada vez le cuesta más. Nosotros ya estamos dentro del coche casi cerrando las puertas.
Cuando arrancamos decide callarse, pero no deja de mirarnos. Ya no sonríe y nos mira inmóvil hasta que salimos a la carretera desapareciendo de su campo de visión. El hombre sigue caminando por el arcén de la carretera con la mirada perdida en en el horizonte. Nosotros le miramos de reojo por la ventanilla cuando le adelantamos, él nos sigue ignorando. Después de la alegría de ver el Monte Fuji, volvemos a quedarnos con mal sabor de boca después de este evento «murakamiano».
Dos curvas más allá, en la zona del bosque vemos lo que parece que fue la casa de algún ricachón.
Al contrario que el primer lugar que encontramos esta mañana, aquí parece que el acceso es sencillo, ¡aparcamos y a explorar el haikyo!