A medidados del siglo XIX, cuando Europa y Estados Unidos ya están en plena revolución industrial, Japón, es un país feudal dirigido por militares (samurais) que tienen poder de vida o muerte sobre el resto de la sociedad. En julio de 1853, una escuadra americana, dirigida por el almirante Perry, penetra en la bahía de Tokyo. El oficial propone al gobierno japonés que firme un tratado que autorice a Estados Unidos a comerciar con el archipiélago.
Perplejo ante los cañones estadounidenses, el shogun, por primera vez en seis siglos de poder militar, consulta al emperador sobre qué es más conveniente hacer. Sin vacilar, éste responde que hay que expulsar a los americanos. Por desgracia, el generalísimo no tiene los medios militares suficientes para expulsar a los estadounidenses y se ve obligado a firmar el acuerdo propuesto.
Al desobedecer al emperador, considerado por todos los japoneses como un dios viviente, Tokugawa pierde la confianza del pueblo. Tiene que dimitir para permitir una restauración triunfal del poder imperial. El joven Mutsushito, más conocido por el nombre de emperador Meiji, se encuentra, con sólo 15 años, a la cabeza del país. Lo primero que hizo el emperador fue cambiar el nombre de la capital Edo por Tokyo (Capital del Este). Paradójicamente con el retorno del emperador al poder, Japón entraría de lleno en el mundo moderno.
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