Durante los últimos 13 años he visitado el jardín seco de Ryoanji (龍安寺) varias veces. Lo que más me gusta cada vez que me siento frente a la grava de este maravilloso karesansui 枯山水 (Jardín seco) es que lo veo todo diferente. Es como cuando ves la misma película o lees la misma novela en diferentes momentos de tu vida y cada vez notas y sientes nuevos aspectos.
La primera vez que visité el Ryoanji apenas tenía veinte y poco años y después de años estudiando en la universidad estaba totalmente absorbido en una forma de pensar totalmente dirigida a resolver problemas . En aquel momento, mi racionalismo radical me hizo querer buscar explicaciones a la belleza de este lugar de forma científica. En mi mente corrían este tipo de preguntas: ¿Porqué este lugar es tan famoso si simplemente son unas rocas sobre arena? ¡Tiene que haber una explicación!
Incluso escribí un post largo sobre como se puede dividir la geometría del jardín analizando el espacio vacío en el que flotan las rocas. Aprendí que lo importante no son las rocas sino el espacio entre ellas.
Pero con el tiempo también he aprendido que intentar explicar la belleza de forma científica es igual de fútil que intentar demostrar la teoría de la gravitación escribiendo una novela.
Esta vez visité el lugar con otros ojos y un nuevo corazón. Simplemente me senté y disfruté del paisaje sin intentar explicar nada.
Ahora, con 36 años, me doy cuenta de que el arte nunca llega a ser completo sin incluir el sujeto que lo está observando. Es mi consciencia, a través del acto de observar el jardín seco, la que hace que el lugar emerja como algo bello y único.
No es suficiente con explicar el jardín para entender su belleza, también tienes que conocerte a ti mismo para que la experiencia completa.