Cada vez me cuesta más responder a la pregunta: ¿cual es la mejor época para visitar Japón? Y es que la belleza de este lugar muta con las estaciones y ninguna es mejor ni peor. La primavera tiñe los paisajes con los colores del sakura, el verano con el tsuyu y el otoño con el kouyou. Pero una de las transformaciones más espectaculares y repentinas de Japón llega en el invierno cuando la nieve cubre más de la mitad de su territorio.
La nieve japonesa fue la inspiración para la primera novela que escribió Kawabata titulada País de nieve 雪国 Yukiguni. Más tarde sería el primer escritor japonés en recibir el Premio Nobel. No solo cautivó a Kawabata, el cambio que causan las estaciones en Japón es tan marcado que ha inspirado a artistas japoneses desde siempre. Por ejemplo, los poemas haiku casi siempre hacen una referencia a la estación del año.
La nieve añade una pizca de caos a la vida de los tokiotas, tan acostumbrados a que todo funcione a la perfección. El comportamiento de la gente cambia y los trenes se vuelvan locos. Cuando las calles de Tokio se cubren de nieve no solo se transforma de forma superficial, a los que vivimos aquí nos da la sensación de haber sido transportados a una dimensión paralela en la que existe otro Tokio.
De la noche a la mañana, una calle por la que llevo pasando más de diez años tiene algo mágico cuya presencia hasta ahora me había pasado desapercibida. ¿Qué es exactamente? No lo sé. Quizás sea el árbol que nunca noté y ahora con el peso de la nieve parece estar en el centro de la calle. O quizás sean los cables de la luz cuyo negro marca líneas sobre el blanco que lo es todo.
En un cruce, la máquina de bebidas a la que ya me había acostumbrado a ver cada día ahora vuelve a llamarme la atención porque la luz que emerge de ella se refleja en el manto de nieve nocturna. Cuando me alejo de la estación muñecos de nieve adornan las entradas de las casas y totoro parece que es el que más gusta imitar.
De madrugada decido ir más allá de las callejuelas tokiotas y me adentro en Meiji Jingu. Al entrar en el santuario me da la sensación de que he abandonado la ciudad completamente, no se si estoy dentro del Yukiguni 雪国 de Kawabata o en el poblado de «El Fin del mundo» de la novela de Murakami: El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas.