Mi madre, me recomendó varias veces la novela El Pabellón Dorado de Yukio Mishima y al fin lo leí. El protagonista es un monje budista que está obsesionado con la belleza de El Pabellón Dorado (Kinkaku-ji – 金閣寺) hasta tal punto que la imagen del templo comienza a aparecer en sus fantasías sexuales.
La historia comienza cuando Mizoguchi, el protagonista, visita por primera vez el templo y le decepciona totalmente, su padre le había contado que era lo más bello que existe en este mundo. Todo cambió cuando Mizoguchi contempló una maqueta del templo, que le desveló su auténtica belleza. También comenzó a fijarse más en el reflejo del templo en el Estanque del espejo ( Kyōko-chi -鏡湖池 ). Es decir, comenzó a ver la copia y el reflejo como algo más bello que la «realidad». Poco a poco fue proyectando esa imagen mental creada a partir de la maqueta y el reflejo en el verdadero Pabellón Dorando enamorándose de él de por vida.
El libro está lleno de innumerables referencias a los reflejos, sugiriendo que son más bellos que la realidad o que a través de ellos puedes llegar a descubrir la verdadera belleza del mundo:
Me incliné y miré a la fantástica superficie brillante del estanque. Nunca antes se había expuesto el interior del Pabellón Dorado de esta forma tan maravillosa – era tan brillante que perturbaba la consciencia.
El reflejo de la luna en el estanque también cambió, pasaba de oscuro a claro; se dibujaban rayos aleatorios de luz que desaparecían suavemente a través de la superficie de agua… Ahora y entonces una nube muy fina pasó, pude percibir la luna a través de ella, rodeada por una aureola.
En esta foto se puede cómo el reflejo del Pabellón Dorado en el estanque Kyōko-chi casi supera a la realidad. (Foto de Zachwass)
Otro símbolo recurrente en la obra (Y en muchas novelas y cuentos japoneses) es la luna, y sobre todo la luz de la luna.
Entre la luna y las estrellas, entre las nubes de la noche, entre las colinas que bordeaban el cielo con su magnificente silueta marcada por los cedros en punta, entre los brillos de la luna, entre los edificios del templo que emergían chispeando luz blanca entre la oscuridad que lo rodeaba todo- de entre todo esto.
Paré de caminar y me puse a leer el cartel, cuyos caracteres estaban bañados por la luz de la luna.
Otros párrafos que extraje durante la lectura.
Cuando la gente se concentra en la idea de belleza, se están enfrentando a los pensamientos más oscuros que existen en este mundo. Supongo que así es como los seres humanos son creados.
La nobleza, la cultura, lo que la gente considera como estético- la realidad de todas esas cosas yerma e inorgánica. No es el templo de Ryuan lo que ves, es simplemente un montón de piedras. Filosofía, arte – son todo piedras. La única realidad orgánica que concierne a la gente es la política. Vergonzoso, ¿verdad? Uno puede casi decir que los seres humanos no son más que criaturas que se profanan a ellas mismas.
Es imposible tocar la eternidad con una mano y la vida con la otra.
¡Permite que la oscuridad que está en mi corazón llegue a ser equiparable a la oscuridad de la noche que rodea esas innumerables luces!
Del libro de Yukio Mishima hay varias traducciones, según la versión, el título puede que sea «El Pabellón de Oro» o «El Pabellón Dorado».
He visitado un par de veces el Pabellón de Oro y me han entrado ganas de volverlo a visitar. La primera impresión que tuve al verlo es que parece una especie de frágil maqueta gigante colocada junto a un estanque idílico, algo parecido a lo que sentí cuando visité el Castillo de Matsumoto. El otro aspecto en el que más me fijé, igual que el protagonista de la novela, fue en el reflejo. Si hace un día soleado y tranquilo la charca se convierte en una especie de espejo hipnotizante.
Para llegar al Kinkakuji (Pabellón Dorado) tenéis que coger el autobús 101 o 205 desde la estación de Kyoto. La entrada cuesta 450 yenes y está abierto de 9:30h a 17:00h como casi todos los templos de Japón.
Alberto y yo visitando el Pabellón Dorado.
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